¿por qué analizar las MALAS PALABRAS?
Porque las malas palabras no son invariables, son históricas. Hay palabras que ya no son consideradas malas palabras, como hay nuevas malas palabras y/o nuevos usos. Porque el sentido es social, por tanto polisémico, y consecuentemente, “las malas palabras”, en tanto signos, están inmersos en una lucha en donde, por ejemplo, se producen resignificaciones y apropiaciones.
Porque las malas palabras atraen, fascinan y construyen sentidos ¿Los niños acaso no tienen una fascinación a temprana edad por las llamadas malas palabras? ¿No pasa lo mismo con los adolescentes que, además de diferenciación, algunas veces no ven en ellas un principio de rebeldía ante la autoridad, una especie de afrenta contra un mundo adulto opresor (que acotación al margen, muchas veces y lamentablemente se queda ahí, en la adolescencia)? A su vez, a la hora de conocer o aprender un idioma extranjero por fuera de la educación formal, ¿qué se suele aprender primero de ese nuevo idioma?
Porque funcionan a muchos niveles. Uno de ellos es el humor. La gracia que suelen causar muchas de ellas tal vez sea por la prohibición de la cultura, la censura social y la recurrente vinculación con lo sexual, por lo que fuera, creemos que esa dimensión lúdica también es digna de análisis.
Porque, como dijo Fontanarrosa, poseen una expresividad y fuerza que difícilmente las hagan intrascendentes. Porque no es lo mismo mandar a alguien bien lejos que mandarlo a LCDLL, y porque hay malas palabras que son irremplazables por sonoridad y por fuerza, ¿quién no quiso alguna vez mandar todo a la mierda?
También compartimos con Fontanarrosa que algunas malas palabras nos gustan más que otras, como nos puede gustar más o menos cualquiera de las otras palabras que no son estigmatizadas de “malas”. Y vale aclarar que cualquier palabra puede ser una mala palabra. Incluso, por ejemplo, características físicas, religiones, nacionalidades, identidades de género, etc, muchas veces, y lamentablemente, funcionan como malas palabras insultantes.
Porque las malas palabras no están exentas del conflicto social. Producen adhesiones y rechazos, “apocalípticos e integrados”, y generan todo tipo de debates y polémicas.
Porque están involucradas y son parte fundamental en la definición de otros sentidos. Por ejemplo, en la política ser etiquetado de “hijo de puta” o “idiota” tiene un costo altísimo en cuanto a legitimidad y autoridad. Y mientras más amplios sectores de la sociedad compartan tales calificaciones o descalificaciones, más debilitado políticamente estará la persona o sujeto político destinatario de dichas malas palabras.
Porque conocerlas y cuestionarlas puede ser útil para crear conciencia y construir nuevos sentidos. Por ejemplo, pregunta retórica: ¿por qué se manda alguien a la concha de su madre y no a la pija de su padre?¿Y por qué decirle a una mujer conchuda, en muchos casos, es tomado como un insulto, y decirle a un hombre pijudo sería casi un elogio?
Cambiando de frente, otra pregunta, ¿por qué los fines de semana en la cancha está permitido insultar? Incluso, en la escuela, al escuchar algún improperio, “palabra subida de tono” o “palabrota”, ¿no nos han llegado a decir?: “Momentito que esto no es la cancha” ¿Por qué en la cancha sí, y en el colegio no? Pensamos que los estadios de fútbol se han conformado como un espacio, entre tantos, para la catarsis y la descarga social de todas las frustraciones de la semana. Semana que no es más que represión, más represión, más represión. Por el trabajo, por dormir mal, comer mal, viajar mal, y por la consecuente afectación de las relaciones humanas que esas condiciones materiales de vida producen ¿A qué viene esto? Pensamos que las redes sociales, en muchos casos, funcionan con una lógica similar a la que se ve en las tribunas de fútbol. En el mismo sentido, en la red social del pajarito, se ha hecho bastante popular la frase que sostiene que “Twitter es el nuevo gritarle a la tele”.
Resumiendo, a priori creemos en la existencia de sentidos en pugna en cuanto al uso de las malas palabras, y que como resultado se produce una ampliación del lenguaje y del mundo. Para pensar en ello, entre otras referencias, algunas ya nombradas, nos apoyamos en la cantidad de sinónimos que muchas malas palabras tienen, como en los diferentes usos o sentidos que presenciamos en la vida diaria y de los que, por supuesto, también somos partícipes.
Lo que tampoco deja de ser cierto es que en muchos discursos de la vida cotidiana nos encontramos con una superabundancia de malas palabras. Antes el uso de las mismas era una transgresión, hoy es lo dominante. Por lo que proponemos que para intervenir en esa lucha de sentidos tenemos dos caminos, crear una transgresión yendo a contramano, y ante el uso inflacionario de las malas palabras, dejarlas de usar progresivamente, o apropiarse de las mismas y empezar a utilizarlas en nuevos sentidos por fuera del insulto liso y llano. Y por qué no decirlo, en sentidos que confronten con el orden establecido que nos quiere autómatas y obedientes, a lo “Violencia Rivas” se podría llegar a decir. ;)
Porque, además de tener una potencialidad expresiva impresionante, como si fuera poco, poseen musicalidad, creemos que las llamadas malas palabras no pueden ser pasadas por alto por la mirada de las ciencias sociales. Y conociendo que interpretar la realidad es el primer paso para cambiarla, concluimos que es necesario analizar las malas palabras y prestar atención a los usos no dominantes.
Finalizando, desde la psicología, las malas palabras pueden ser vistas como una simbolización de la violencia; pensamos que es deseable dar un paso más, y canalizar esas pulsiones con el propósito de transformar la realidad.
Porque las malas palabras atraen, fascinan y construyen sentidos ¿Los niños acaso no tienen una fascinación a temprana edad por las llamadas malas palabras? ¿No pasa lo mismo con los adolescentes que, además de diferenciación, algunas veces no ven en ellas un principio de rebeldía ante la autoridad, una especie de afrenta contra un mundo adulto opresor (que acotación al margen, muchas veces y lamentablemente se queda ahí, en la adolescencia)? A su vez, a la hora de conocer o aprender un idioma extranjero por fuera de la educación formal, ¿qué se suele aprender primero de ese nuevo idioma?
Porque funcionan a muchos niveles. Uno de ellos es el humor. La gracia que suelen causar muchas de ellas tal vez sea por la prohibición de la cultura, la censura social y la recurrente vinculación con lo sexual, por lo que fuera, creemos que esa dimensión lúdica también es digna de análisis.
Porque, como dijo Fontanarrosa, poseen una expresividad y fuerza que difícilmente las hagan intrascendentes. Porque no es lo mismo mandar a alguien bien lejos que mandarlo a LCDLL, y porque hay malas palabras que son irremplazables por sonoridad y por fuerza, ¿quién no quiso alguna vez mandar todo a la mierda?
También compartimos con Fontanarrosa que algunas malas palabras nos gustan más que otras, como nos puede gustar más o menos cualquiera de las otras palabras que no son estigmatizadas de “malas”. Y vale aclarar que cualquier palabra puede ser una mala palabra. Incluso, por ejemplo, características físicas, religiones, nacionalidades, identidades de género, etc, muchas veces, y lamentablemente, funcionan como malas palabras insultantes.
Porque las malas palabras no están exentas del conflicto social. Producen adhesiones y rechazos, “apocalípticos e integrados”, y generan todo tipo de debates y polémicas.
Porque están involucradas y son parte fundamental en la definición de otros sentidos. Por ejemplo, en la política ser etiquetado de “hijo de puta” o “idiota” tiene un costo altísimo en cuanto a legitimidad y autoridad. Y mientras más amplios sectores de la sociedad compartan tales calificaciones o descalificaciones, más debilitado políticamente estará la persona o sujeto político destinatario de dichas malas palabras.
Porque conocerlas y cuestionarlas puede ser útil para crear conciencia y construir nuevos sentidos. Por ejemplo, pregunta retórica: ¿por qué se manda alguien a la concha de su madre y no a la pija de su padre?¿Y por qué decirle a una mujer conchuda, en muchos casos, es tomado como un insulto, y decirle a un hombre pijudo sería casi un elogio?
Cambiando de frente, otra pregunta, ¿por qué los fines de semana en la cancha está permitido insultar? Incluso, en la escuela, al escuchar algún improperio, “palabra subida de tono” o “palabrota”, ¿no nos han llegado a decir?: “Momentito que esto no es la cancha” ¿Por qué en la cancha sí, y en el colegio no? Pensamos que los estadios de fútbol se han conformado como un espacio, entre tantos, para la catarsis y la descarga social de todas las frustraciones de la semana. Semana que no es más que represión, más represión, más represión. Por el trabajo, por dormir mal, comer mal, viajar mal, y por la consecuente afectación de las relaciones humanas que esas condiciones materiales de vida producen ¿A qué viene esto? Pensamos que las redes sociales, en muchos casos, funcionan con una lógica similar a la que se ve en las tribunas de fútbol. En el mismo sentido, en la red social del pajarito, se ha hecho bastante popular la frase que sostiene que “Twitter es el nuevo gritarle a la tele”.
Resumiendo, a priori creemos en la existencia de sentidos en pugna en cuanto al uso de las malas palabras, y que como resultado se produce una ampliación del lenguaje y del mundo. Para pensar en ello, entre otras referencias, algunas ya nombradas, nos apoyamos en la cantidad de sinónimos que muchas malas palabras tienen, como en los diferentes usos o sentidos que presenciamos en la vida diaria y de los que, por supuesto, también somos partícipes.
Lo que tampoco deja de ser cierto es que en muchos discursos de la vida cotidiana nos encontramos con una superabundancia de malas palabras. Antes el uso de las mismas era una transgresión, hoy es lo dominante. Por lo que proponemos que para intervenir en esa lucha de sentidos tenemos dos caminos, crear una transgresión yendo a contramano, y ante el uso inflacionario de las malas palabras, dejarlas de usar progresivamente, o apropiarse de las mismas y empezar a utilizarlas en nuevos sentidos por fuera del insulto liso y llano. Y por qué no decirlo, en sentidos que confronten con el orden establecido que nos quiere autómatas y obedientes, a lo “Violencia Rivas” se podría llegar a decir. ;)
Porque, además de tener una potencialidad expresiva impresionante, como si fuera poco, poseen musicalidad, creemos que las llamadas malas palabras no pueden ser pasadas por alto por la mirada de las ciencias sociales. Y conociendo que interpretar la realidad es el primer paso para cambiarla, concluimos que es necesario analizar las malas palabras y prestar atención a los usos no dominantes.
Finalizando, desde la psicología, las malas palabras pueden ser vistas como una simbolización de la violencia; pensamos que es deseable dar un paso más, y canalizar esas pulsiones con el propósito de transformar la realidad.